Gracias a Dios, cuando estaba enloquecido con todos estos pensamientos de duda sobre la Iglesia Católica, me enteré de que el Dr. Walter Martin, uno de mis apologistas evangélicos favoritos, iba a debatir con un Jesuita en el "John Ankerberg Show" (un programa de televisión fundamentalista de apologética). "¡Qué bueno!" pensé exaltado. Walter Martin es un excelente polemista y un defensor vigoroso del protestantismo clásico. Tenía (y todavía tengo) mucha admiración por su habilidad para dejar a sus opositores en trizas por sus conocimientos de las Escrituras y su personalidad fuerte y agresiva. Nunca había oído de Mitchell Pacwa, pero estaba seguro de que el Dr. Martin lo vencería, y en el proceso me volvería la cordura. Esperé con ansiedad la tarde del debate.
Me senté ante el televisor, Biblia en mano, listo para tomar apuntes. Los intercambios fueron animados y a veces divertidos. Martin estaba en forma, pero muy pronto me di cuenta de que no sería la derrota que esperaba. Debatieron cara a cara sobre puntos claves como: la justificación, los sacramentos, las doctrinas Marianas, infalibilidad papal, el llamar "padre" a los sacerdotes, y la sola scriptura. Cuando acabó el debate yo me quedé atónito. Pacwa no sólo había refutado todos los argumentos de Martin, había clavado a Martin contra la pared varias veces, y era obvio que éste no sabía cómo responder.
Y entonces ocurrió lo impensable. El mejor portavoz del cristianismo bíblico evangélico se había enfrentado con un sacerdote católico y había perdido. Peor todavía, los argumentos bíblicos e históricos de Pacwa reforzaron todo lo que Matt me había dicho. En vez de librarme de la atracción católica, el debate confirmó todos mis temores que el protestantismo pudiera estar equivocado y el catolicismo tener la razón. Me aterrorizaban las implicaciones que se presentaban en mi mente.
Poco tiempo después del debate Martin/Pacwa, terminó mi período de servicio en la Marina. Por fin estaba libre del contacto diario con Matt y todos sus argumentos católicos que me perseguían.
Es irónico que cuando conocí a Matt esperaba ansioso el poder discutir de religión con él; estaba tan seguro que yo tenía la razón y que él estaba equivocado. Cuando me retiré de la Marina tenía pavor de entrar en estas discusiones con él. Pero todavía tenía que enfrentarme con los argumentos del Padre Pacwa.
Para aclarar mi mente, me volqué en el trabajo ministerial de la iglesia de mi barrio. Fue en este momento que me pidieron ser pastor interino de la juventud. En apariencia, todo iba muy bien.
Esto era la realización de mi sueño de niño. Pero no podía alegrarme. ¡La Iglesia Católica me lo arruinaba todo!
Sin darme cuenta la fe católica se convertía en la cosa más importante de mi vida. Pero, al darme cuenta de esto, mi inquietud aumentó. La batalla que se libraba en mi alma era solitaria y dolorosa. ¿Con quien podría compartir estas dudas y sospechas?
Nadie en mi congregación o círculo de amistades hubiera comprendido o aceptado mi dilema. Estaba desgarrado entre un profundo amor por la gente y por la piedad de la Asamblea de Dios y una creciente convicción de que la Iglesia Católica tenía la plenitud de la verdad. Me enfrentaba a una decisión que no podía soslayar indefinidamente. ¿Cómo podía ser un líder en mi iglesia si no estaba seguro en lo qué creía?
Escuché las cintas del debate Martin/Pacwa repetidas veces, estudiando el argumento de cada lado con atención, buscando algún punto débil en la armadura católica. Quería estar de acuerdo con el Dr. Martin, pero cada vez que escuchaba una cinta estaba más de acuerdo con la posición católica. El Padre Pacwa me convenció de la base bíblica de las posiciones católicas sobre la comunión de los santos y la justificación. Y, con cada comentario de Martin, Pacwa acababa con los mitos y malentendidos que yo había asociado con las doctrinas Marianas católicas.
Me explicó la doctrina de la comunión de los santos usando 1Corintios 12 donde Pablo describe a la Iglesia como el cuerpo de Cristo. Dijo que como cristianos estamos más unidos entre nosotros a través de Cristo que un dedo lo está con la mano. Cristo mismo es nuestro cuerpo. Yo siempre supe que esto era cierto, pero el Padre Pacwa me abrió nuevos horizontes en cuanto al tema. Lo hizo en varias etapas.
Primero me mostró en la Biblia cómo los cristianos tienen la obligación de ayudarse mutuamente y de amarse como miembros de una familia, experimentando interdependencia como miembros de un sólo cuerpo. Pablo dijo, "Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo... Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte" (1Corintios 12, 12- 13.26-27).
Segundo, los cristianos no cesan de ser miembros del cuerpo de Cristo con la muerte. Como protestante, me enseñaron que hay una cierta separación entre cristianos después de la muerte. "No podemos rezar a ellos o para ellos porque están con Jesús", me aseguraron.
¿Por qué el estar con Jesús quiere decir que están separados de nosotros? No hay un solo versículo en las Escrituras que diga eso.
Al contrario, un cristiano está aún más íntegramente unido a Dios, y, en consecuencia, completamente unido a los otros miembros del cuerpo de Cristo, cuando va a casa en los cielos. Está libre de las restricciones del pecado; su fe ha pasado a un entendimiento perfecto, y puede amar perfectamente y rezar por los otros miembros del Cuerpo de Cristo. Más importante aún, como en el cielo ha sido perfeccionado en justicia por la sangre de Cristo, sus oraciones son muy poderosas, mucho más de lo que fueron cuando estaba en la tierra. Cuando este hecho se comprueba a la luz de Santiago 5, 16: "La oración ferviente del justo tiene mucho poder" la doctrina católica de pedir la intercesión de los santos es, sin duda alguna una enseñanza bíblica.
2Macabeos revela que mucho antes de Cristo los judíos rezaban por los difuntos y sabían que aquellos que morían en estado de amistad con el Señor podían rezar por ellos (cf. 2Macabeos 12, 42-46; 15, 12-15). Aunque en ese entonces yo no aceptaba la canonicidad de 1 y 2 Macabeos tenía que reconocer su valor histórico. Los judíos ortodoxos todavía rezan por el reposo del alma de sus amigos y parientes. El Padre Pacwa me abrió los ojos para ver que las almas en el cielo no están muertas sino vivas (cf. Lucas 10, 38) y están íntimamente preocupadas por nuestro bienestar espiritual (Hebreos 12, 1). Las Escrituras confirman esto una y otra vez. Sobre el monte de la Transfiguración en Lucas 9, 30-31, Moisés y Elías aparecen con Cristo, y están involucrados en nuestra salvación. Apocalipsis 5, 8 nos muestra a santos en el cielo intercediendo ante Dios por nosotros, y Dios respondiendo a sus oraciones. Apocalipsis 8, 5 representa a los ángeles haciendo lo mismo. Hebreos 12, 22-24 nos dice que cuando nos "acerquemos al Monte de Sión" en oración, no sólo vamos a Dios, sino también a "los espíritus de los justos llegados ya a su consumación". Estos son todos los miembros de nuestra "familia en el cielo" (Efesios 3, 15).
En la Guarida de los Leones
En esta etapa de mis estudios ya adivinaba lo que pasaría. Sabía que tenía que rechazar la oferta de trabajo a tiempo completo como pastor de la juventud en mi iglesia de la Asamblea de Dios.
Oficialmente, todavía era un protestante, pero estaba más y más convencido de que la Iglesia Católica tenía la verdad.
En lo que algunos juzgarán como un intento de "tentar al Señor", decidí someter la Iglesia Católica a una última prueba, sabiendo que las preguntas serían las más difíciles. En otoño de 1987 me registré para estudiar en el Colegio Bíblico Jimmy Swaggart (JSBC). No había olvidado del todo mi sueño de ser ministro y todavía existía una esperanza lejana de que descubriría el error del catolicismo.
Pensé que si la gente de Jimmy Swaggart no podía acabar con las reivindicaciones de Roma, entonces nadie podría.
Con todo el estudio que ya había hecho, tenía fama de tener muchos conocimientos de apologética. Por mi cuenta empecé a estudiar los primeros concilios de la Iglesia que definieron la Cristología ortodoxa y las doctrinas trinitarias, así que cuando surgió el movimiento Sabellian de "sólo Jesús" en el "campus", un grupo de mis compañeros de clase vinieron a pedirme ayuda. Me di cuenta de que podía refutar los argumentos contra la Trinidad en gran parte porque había estudiado cómo lo hicieron los apologistas de los primeros tiempos durante los primeros cinco siglos de la Iglesia. ¡No tenía necesidad de volver a re-inventar la rueda"; simplemente les di una dosis de teología católica y les encantó!
Me fascinaba el hecho de estar tomando dos clases una tras otra con posiciones completamente opuestas sobre la Trinidad. La primera enseñaba teología Trinitaria ortodoxa. La segunda enseñaba que Dios Padre tiene un cuerpo como así también lo tiene Dios el Espíritu Santo. La primera clase enseñaba que Jesús era el Hijo eterno del Padre. La segunda que era el Verbo eterno que se hizo "Hijo" sólo en la Encarnación. Me acuerdo haber ido a almorzar un día con una joven que estaba muy preocupada. Me dijo, algo desesperada, "Yo creía que sabía lo que creía sobre Dios, pero ahora no estoy segura en lo que creo.”
La confusión que existía en el JSBC, en comparación con la doctrina católica que yo estudiaba, hacía de Roma algo muy atractivo. Intensifiqué mis estudios sobre los Padres de la Iglesia primitiva. Si la Iglesia Católica era, de hecho, la invención sincretista del emperador Constantino, como lo enseñaba Jimmy Swaggart y como yo siempre lo había creído, tal vez los escritos de los teólogos y apologistas cristianos más antiguos me aclararían los errores católicos. Esta era mi última esperanza.
Enfrenté el reto de la Jimmy Swaggart: "Quisiéramos desafiar a la Iglesia Católica a que nos demuestre que los santos y mártires de los primeros trescientos años aceptaron las creencias y prácticas de la Iglesia Católica como son en el presente... Todos los primeros Padres de la Iglesia fueron evangélicos y de Pentecostés y no tenían asociación alguna con lo que hoy se llama la Iglesia Católica Romana".
Me conseguí un ejemplar del libro de J. B. Lightfoot, The Apostolic Fathers (Los Padres Apostólicos), y lo devoré. Me fui a la biblioteca universitaria y empecé a leer la vida y obra de otros Padres de la Iglesia, examinando sus escritos y comprobando sus argumentos teológicos con los textos griegos de la Escritura.
Investigué todos los primeros concilios de la Iglesia. Me quedé consternado al encontrar sólo la verdad católica. No podía creer que el Hermano Jimmy hubiera leído lo mismo que yo leí y que aún así hubiera lanzado su "desafío".
Los escritos de los Padres de la Iglesia muestran, claramente, que la Iglesia primitiva era Católica mucho antes del tiempo del Emperador Constantino. San Ignacio, obispo de Antioquía que conocía a San Juan y que escribió en 110 D.C., se refiere a la primacía de la Iglesia de Roma. Dijo que la Iglesia Romana tiene "la presidencia del amor". Me dio escalofríos leer estas palabras de Ignacio: "Que ningún hombre haga algo que esté vinculado a la Iglesia sin consultar al obispo. Sólo será válida la Eucaristía que está autorizada por el obispo o a quien él se la ha encomendado. Que la gente se encuentre donde está el obispo porque, al igual que donde está Jesús, ahí está la Iglesia Católica".
Al leer el Handbook of the History of Christianity (Manual de la Historia del Cristianismo) de William Eerdman, que compré en la librería de Swaggart, esperaba encontrar una versión más acertada (o más protestante) de esta historia. Sin embargo, el autor reconoce que Ireneo dio la primacía a Roma. Pero Eerdman no está de acuerdo con Ireneo, no obstante nos da el dato histórico.
También habla de Víctor I, que fue un papa muy poderoso del segundo siglo. No dice explícitamente que Víctor ejercía su autoridad pastoral sobre toda la Iglesia como Obispo de Roma, pero esta conclusión es implícita en la declaración con la que Víctor "amenazó a las Iglesias asiáticas con excomunión sobre la disputa del Quartodeciman".
Habla de Esteban, obispo de Roma en los años 250, reclamando que su autoridad derivaba de la promesa de Jesús a Pedro en Mateo 16, 18. Cerca del año 250 D.C., Cipriano, Obispo de Cartago, escribió, "Y otra vez [Jesús] le dice a [Pedro] después de la resurrección, 'Alimenta a mi rebaño' ".
"Sobre él edifica su Iglesia, y a él le da la orden de alimentar al rebaño; y aunque le da un poder parecido a todos los Apóstoles, no obstante creó una sola cátedra, y estableció por su propia autoridad una fuente... para esa unidad... Si alguien no se atiene a esta unidad de Pedro, ¿puede imaginarse que todavía se atiene a la fe? Si se aleja de la cátedra de Pedro, sobre la cual fue edificada la Iglesia, ¿puede seguir confiado que está en la Iglesia?".
Bajo el peso de las Escrituras, sumado a los Padres de la iglesia, ya no podía argumentar más contra la autoridad de la Iglesia Católica. Me di cuenta de que tenía que convertirme al catolicismo.
Las únicas preguntas que permanecían eran "¿cuándo?" y "¿cómo?". Imagínense lo que sería anunciar públicamente en el Colegio Bíblico Jimmy Swaggart el plan de convertirme al catolicismo. Mis amigos veían la dirección en que me encaminaba, y estaban preocupados. Me "aconsejaban" cada vez que nos reuníamos para comer. Los profesores me interrogaban intensamente. De hecho, casi me llamaron para entrevistarme con el mismo Jimmy Swaggart. En su lugar tuve una confrontación con el experto de la facultad en cuanto al catolicismo romano: Andrew Caradagas, un ex sacerdote católico que enseñaba la Historia de la Iglesia en JSBC.
Nuestra discusión fue una aventura. El no tenía idea de lo que yo había estudiado. Intentó persuadirme del error del catolicismo diciéndome que no hubieron Papas hasta el quinto siglo. Su cara enrojeció cuando empecé a citar los Papas de mucho antes del quinto siglo sobre la autoridad del obispo de Roma. Reclamó que la Eucaristía fue una invención medieval. Yo cité los escritos del primer y segundo siglos como Ignacio, Justino, e Ireneo sobre el tema de la Verdadera Presencia de Cristo en la Eucaristía. Lo triste es que yo sabía que él sabía y que no debería estar hablando así.
Al hablar de cada doctrina me di cuenta de que no había abandonado la Iglesia por razones de doctrina. Confesó que había tenido unas "malas experiencias" en la Iglesia que lo llevaron a salir.
Nuestra conversación terminó repentinamente cuando me dijo que la Iglesia Católica que yo estudiaba "existe sólo sobre el papel". Me advirtió que estaría muy desilusionado con la Iglesia Católica "como existe en la realidad". Al despedirnos, se acercó y mirándome murmuró, "¡No te vas a convertir al catolicismo; ya eres católico!".
Salí de su oficina con sentimientos de tristeza y alivio. No había nada que yo pudiera hacer para ayudarlo, y por cierto, él no podía ayudarme a mi.
Nadie en JSBC podía contestar mis objeciones y creo que fue en este momento que me di cuenta, totalmente, que tenía que convertirme al catolicismo. Nunca en mi vida me sentí tan solo.
Sabía que tendría que cortar mi amistad con mi compañera protestante; estaría apartado de mi familia protestante, la mayoría que yo mismo había "llevado a Cristo". No estaría de acuerdo con todos mis amigos del colegio y de casa. Pero lo que más me dolía era la constatación que al convertirme al catolicismo, nunca más se realizaría mi sueño de ser un pastor.
Estaba sumamente deprimido, y me acuerdo que regresé al dormitorio una noche, cansadísimo después de tantas polémicas sobre el catolicismo con mis amigos. Me tiré en la cama, me arrodillé y alzando los ojos llenos de lágrimas al cielo raso, "¡Señor! ¡Ayúdame!", exclamé angustiado.
Después de algunos momentos, sentí la necesidad de pedirle a María que rezara por mí. "No sé si lo estoy haciendo bien, María.
¡No sé lo que va a pasar, pero por favor ayúdame! ¡Por favor, ruega por mí!". En ese momento, la paz y alegría de Cristo llenaron mi corazón. Casi sentí las oraciones de María, mi recién encontrada madre, dirigiéndose a Dios. Fue como si Jesús me hubiera dado su propia madre, al igual que lo hizo con Juan al pie de la Cruz. Nunca he dudado de la fe católica desde ese día. El peregrinaje no se hizo más fácil, pero en lo sucesivo sabía que no estaba solo. El Señor y su Madre siempre me habían estado ayudando.
Cuando dejé el colegio y me fui a casa, le dije a mi familia y a los miembros de mi iglesia que me convertía a la Iglesia Católica.
La primera noche en casa, hablé con mi madre y mi hermano desde las 10:00 p.m. hasta las 8:00 de la mañana siguiente. Al principio, les costó mucho aceptar mi decisión, pero seguimos conversando sobre las razones que me llevaron a convertirme al catolicismo.
Gracias a Dios, estas discusiones con miembros de mi familia, que es totalmente protestante, han dado buenos resultados. Estoy muy agradecido a Dios que me permitió ayudar a mi madre, a mi padre, y a mis dos hermanos (uno de los cuales está estudiando para el sacerdocio en el Seminario de San Carlos Borromeo de Filadelfia), a unirse a las filas de los fieles católicos.
El Señor me pidió que abandonara todo y que lo siguiera sin hacer preguntas. Pero también ha cumplido con su promesa de devolver cien veces al que todo lo abandona por él. La alegría y paz que vivo ahora, la certeza doctrinal que tengo, y las enormes gracias que son mías en los sacramentos, especialmente la Santa Eucaristía, son tesoros que van mucho más allá de lo que yo esperaba.
Cuando vuelvo a recorrer mi trayectoria a la Iglesia Católica, a veces no puedo creer todo lo que ha sucedido. El peregrinaje fue difícil y doloroso. Y estoy atónito por la tenacidad y paciencia de Dios en llevarme a la Iglesia Católica -peleé contra esto a lo largo de todo el camino. Por tanto tiempo desdeñé la creencia católica en la intercesión de María. Pero cuando al final me rendí a su tierna llamada, pidiendo que siguiera a Cristo, su hijo, donde él quisiera, yo sabía que ella me decía, "Haced lo que él os diga" (Juan 2, 5).
Una vez en casa, en la Iglesia, sentí la dulce consolación de la verdad que esos cristianos en Antioquía habrán sentido cuando los apóstoles leyeron los decretos del primer concilio de la Iglesia.
"Gozaron al recibir aquel aliento" (Hechos 15, 31) de saber que la Iglesia había hablado; la disputa había acabado.
Y puedo decir que el ex sacerdote del Colegio Bíblico Jimmy Swaggart estaba equivocado. Amo a la Iglesia Católica, la verdadera, con todo mi corazón, toda mi alma, y toda mi fuerza.
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