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TESTIMONIO DE CONVERSIÓN DE TIM STAPLES




Durante mi último año en la Marina, conocí a Matt Dula, un católico que realmente conocía su religión. Ser anticatólico es parte de la vida diaria de muchas de las iglesias de la Asamblea de Dios y, mientras yo maduraba, me tragaba las historias del horror de los errores del "Romanismo".

Ver segunda parte: Buscando una Luz al final del túnel 


La Biblia Me Convenció

Desde que tenía diez años quería ser predicador como Billy Graham y mi pastor bautista. Soñaba con predicar en el púlpito los domingos por la mañana y guiar a la gente a Jesucristo. Otros niños querían ser bomberos y policías; yo quería ser predicador.

Aunque en mis primeros años de adolescencia me aparté de la fe debido a las fiestas y las chicas, como ocurre con tanta gente joven, gracias a la Asamblea de Dios, volví a Cristo cuando tenía dieciocho años y descubrí de nuevo mi deseo de niñez de ser predicador.

Una vez que terminé secundaria, y después de haber regresado mi vida a Cristo, decidí alistarme en la Infantería de Marina por dos razones: para ahorrar dinero y encaminarme a la universidad, y para tener disciplina, que mucha falta me hacía en la vida. Esta decisión resultó ser una bendición. Me enviaron a varios lugares en Estados Unidos, y logré conocer muchos ministros e iglesias protestantes durante mi tiempo libre. También me dedicaba a evangelizar en las calles y a dirigir estudios de la Biblia. Era líder religioso de grupos de jóvenes solteros y de un centro de detención.

Mi sueño se hizo realidad entonces. Después de salir de la Infantería de Marina, la iglesia de la Asamblea de Dios me pidió que sirviera, de medio tiempo y de manera provisional como pastor de la juventud. Todos me adoraban. Seis meses más tarde, los mayores de la congregación me ofrecieron el puesto de tiempo completo y permanente. También me dijeron que pagarían para que fuera a un Colegio de Estudios Bíblicos mientras estaba en el ministerio. ¡Yo estaba encantado!

Pero había un problema. Durante mi último año en la Marina, conocí a Matt Dula, un católico que realmente conocía su religión.

Yo no estaba muy enterado acerca de los católicos, pero sabía dos cosas: sus creencias no eran bíblicas y ellos no eran cristianos. Ser anticatólico es parte de la vida diaria de muchas de las iglesias de la Asamblea de Dios y, mientras yo maduraba, me tragaba las historias del horror de los errores del "Romanismo".

Cuando conocí a Matt y comenzamos a hablar de religión, pensé que sería otro pobre católico que podría ayudar a "salvar con la Biblia". Pero me deparaba una sorpresa. En la Infantería de Marina, iniciamos un debate que duró todo el último año. No obstante nuestras "querellas", nos hicimos buenos amigos. Pero en el instante que comenzábamos a hablar de religión, la caridad cristiana nos abandonaba por completo.

Doy gracias a Dios que Matt tenía suficiente conocimiento y amor por su fe para darme respuestas inteligentes sobre el catolicismo. Espero que mi testimonio anime a los católicos a defender la fe cuando son desafiados por quienes no lo son. Doy gracias a Dios que me encontré con un católico que no sólo quería, sino que podía defender la fe (Judas 1, 3).

Desgraciadamente, antes de conocer a Matt, había encontrado a muchos católicos que ignoraban su fe y eran indiferentes hacia la Iglesia. Su apatía era un signo más para mí, de que la Iglesia Católica no era la verdadera Iglesia de Jesucristo.

Nunca me avergoncé de mi fe en Jesucristo. Cuando conocí a Matt le pregunté enseguida si era cristiano. Me contestó que era católico. "¡Ja!" me burlé para mis adentros. "Yo le voy a enseñar".

Y, así, empezó nuestro debate. En cuanto a la Biblia, Matt no igualaba mis conocimientos versículo por versículo (los fundamentalistas nos animaban a memorizar lo más posible de las Escrituras), pero para un católico, ¡no estaba mal! Cada vez que yo tenía una objeción contra el catolicismo, sus respuestas siempre fueron razonables y, a menudo, realmente convincentes. Lo que más me sorprendió fue que todas sus explicaciones estaban basadas en las Escrituras.

Yo siempre tomaba la ofensiva, atacando las enseñanzas católicas. Pobre Matt, no podía decir casi nada. Le tiraba una granada bíblica tras otra hasta que se exasperaba por el volumen de mis objeciones.

(Muchos protestantes pueden citar la Biblia para refutar creencias católicas con gran facilidad. Desafortunadamente, estos argumentos cortos a menudo requieren respuestas detalladas. Es importante que los católicos aprendan a dar respuestas bíblicas breves a las objeciones de los fundamentalistas. Así les prestarán más atención.)

Estoy seguro de que Matt me creía terco como una mula, pero no lo hacía a propósito: simplemente sabía que tenía razón y que Matt estaba equivocado. Yo no respetaba a los católicos por su falta de conocimiento bíblico y por sus doctrinas no-bíblicas.

La idea de que la Iglesia Católica podría tener razón en algo me parecía simplemente imposible. No. El protestantismo fundamentalista tenía la verdad, y yo lo sabía. Tenía todo bien planeado. Al terminar en la Infantería de Marina iniciaría el ministerio. Estaba seguro de que este era el proyecto del Señor para mí y no quería que nada lo arruinara, pero la verdad es que el Señor tenía otros planes.

Cuando empecé a criticar las oraciones católicas más conocidas por violar lo que el Señor condenó como "repeticiones vanas" (Mateo 6, 7), Matt me preguntó si creía que una esposa se molestaría si su marido le repitiera las palabras "Te quiero". "¿Se llama esto vana repetición?" me preguntó. "Así también nosotros los católicos le decimos a Dios una y otra vez en nuestras oraciones que lo amamos". Esto me hizo pensar. Tenía que admitir que los himnos que cantábamos los protestantes durante los servicios de culto a menudo sólo eran repeticiones de las palabras "alabad a Dios", o algo por el estilo. ¿Por qué se permitían estas repeticiones en la Asamblea de Dios?, me pregunté. Pero los católicos no tenían derecho de hacer lo mismo.

Matt me recordó que aún los ángeles en Apocalipsis 4, 8 están eternamente en la presencia de Dios, repitiendo la oración "santo, santo, santo es el Señor". Tuve que admitir que esta repetición no sólo no es vana, sino que también es bíblica.

Cuando me opuse a la creencia católica en la virginidad perpetua de María, Matt me dio una respuesta devastadora. Le pregunté como explicaba el hecho de que Mateo 13,55 nombra a Santiago, José, Simón y Judas como "hermanos" de Jesús (este versículo era uno de mis favoritos para hacer sufrir a los católicos). Me señaló que Lucas 6, 15-16 revela que Santiago y José, aunque llamados "hermanos" de Jesús, en este trozo son llamados hijos de Alfeo (cf. Mateo 10, 3; 27, 56) cuya esposa María era en realidad la hermana de la santa Virgen María, o tal vez su prima (cf. Juan 19, 25). Estos "hermanos" en realidad sólo eran primos de Jesús.

La palabra "hermano” se emplea a menudo en las Escrituras para designar un "primo" u otro tipo de parentesco. ¡Qué vergüenza ser corregido por un católico que sabe citar la Biblia! Pero aún si esos hombres eran primos de Jesús, pensé, las Escrituras dicen que Jesús fue el primogénito de María, implicando que tuvo otros hijos más (Mateo 1, 25). Matt me recordó que el texto no dice que tuvieron relaciones matrimoniales -esa había sido simplemente mi interpretación. Y "primogénito" es un título ceremonial que se da al primogénito masculino que heredaba un patrimonio único de su padre (cf. Génesis 25, 33). Un sólo hijo podía tener ese título con la misma validez que un primogénito entre muchos hermanos.

También me preocupaba la palabra "hasta" en Mateo 1, 25 hasta que Matt me indicó que la palabra "hasta" (griego: heos) no implica nada de lo que pasó después del incidente referido. Citó 1Corintios 15, 25 que dice que Cristo debe reinar "hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies". Por supuesto, esto no quiere decir que Jesús deje de reinar después de que sus enemigos hayan sido puestos bajo sus pies (cf. Lucas 1, 33).


¿Cuál es tu autoridad?

Yo me opuse a muchas doctrinas católicas durante nuestras discusiones, pero una tarde Matt me desafió a que defendiera mi eclesiología. "Si todos en la Iglesia tienen la misma autoridad, como tú dices", me preguntó, "¿quién tiene la autoridad decisiva para resolver los desacuerdos sobre la interpretación correcta de la Escritura? ¿Acaso no es ésta la función de la Iglesia?".

Yo le contesté defendiendo la doctrina protestante de sola scriptura, que dice que la Escritura es la revelación infalible y obligatoria para la Iglesia. "¡Las Escrituras son nuestras maestras!" le contesté a Matt, "no un Papa o un Concilio". Cité a 1Juan 2, 26-27: "Os he escrito esto respecto a los que tratan de engañaros. Y en cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas y es verdadera y no mentirosa según os enseño, permaneced en él"; y Mateo 18, 19-20, "Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Basándome en estos y otros versículos, yo creía que todos los cristianos tenían la misma autoridad dada por Cristo a través del Espíritu Santo, y la verdadera Iglesia está donde dos o más de estos cristianos están reunidos.

Matt se sonrió. Había estado esperando que yo dijera esto. En respuesta, simplemente leyó todo el pasaje de Mateo 18 (en vez de los dos versículos que yo quería subrayar [19 y 20]). En este texto, Jesús explica cómo tratar a un cristiano que cae en el pecado o el error. Si no escucha la advertencia de una persona, dos o más testigos deben enfrentarlo, "para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos". Si se niega a escucharles, deben llevar el asunto a la iglesia. Y "si hasta la iglesia desoye, trátenlo como si fuera un incrédulo o un renegado" (Mateo 18, 16-17). 

En resumen, la Iglesia es la máxima autoridad. De hecho, Cristo le ha dado la autoridad para excomulgar a una persona por el pecado o la herejía.

Inmediatamente después de dar esta enseñanza sobre la Iglesia como máxima autoridad para decidir estos asuntos Jesús dio otra enseñanza sobre la autoridad de la Iglesia "Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo" (v. 18). Matt me preguntó cómo la Iglesia podría cumplir con lo que el Señor estableció en cuanto a decisiones definitivas si la Iglesia no es infalible. "Además", siguió diciendo, viendo que yo estaba un poco incómodo, "dado todas las opiniones conflictivas entre los protestantes sobre materia doctrinal esencial, ¿cómo puedes decir que la Biblia es la autoridad suprema cuando la Biblia no puede interpretarse a sí misma? ¿Con qué interpretación debemos cumplir?". Matt siguió presionando y citó a Hebreos 13, 7: "Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la Palabra de Dios y, considerando el final de su vida, imitad su fe".

¡La definición bíblica de la autoridad jerárquica de la Iglesia me sacudió! Por primera vez, no tenía una respuesta. Me quedé mudo, sin saber cómo responder a la lógica de esta pregunta.

Matt me sugirió que leyera los Hechos 15 y 16 que hablan de una polémica doctrinal y pastoral que amenazaba con destruir la Iglesia primitiva. Cuestiones sobre la Ley de Moisés y la admisión de los gentiles a la Iglesia fueron tan difíciles que los Apóstoles y mayores de la Iglesia convocaron un concilio para reflexionar sobre estos asuntos. "Bajaron algunos de Judea que enseñaban a los hermanos: 'Si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no podéis salvaros'. Se produjo con esto una agitación y una discusión entre Pablo y Bernabé contra ellos; y decidieron que Pablo y Bernabé y algunos de ellos fueran a Jerusalén, donde los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión" (Hechos 15, 1-2).

Matt señaló que el concilio no apelaba a las Escrituras solamente para resolver el problema (esto hubiera sido difícil con sólo el Antiguo Testamento como referencia, como el Nuevo Testamento todavía no había sido escrito)". ¿No es verdad que la Iglesia resolvió el asunto, como lo manda el Señor en Mateo 18? ¿Y que cumple con esta autoridad magisterial que es lo que Jesús prometió a sus discípulos y, por extensión, a la Iglesia? "Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza" (cf. Lucas 10, 16; cf. Mateo 10, 40).

También me señaló la advertencia que Judas le hizo a la Iglesia (Judas 11) cuando éste condenó a los intrusos que seguían la "rebelión de Coré" (Judas 3-11). ¿Qué fue esta rebelión? Me fijé en Números 16, el pasaje al que se refería Judas y aprendí que Coré y sus discípulos fueron condenados y castigados por Dios por su rebelión contra los sacerdotes que habían sido nombrados a presidir sobre el pueblo de Israel. Matt me preguntó cómo explicaría la advertencia que Judas le hacía a la Iglesia contra los que rechazaban la autoridad de la jerarquía eclesiástica del Nuevo Testamento si la Iglesia del Nuevo Testamento no tenía una jerarquía autorizada. Me quedé mudo.

Por supuesto, él tenía razón. Yo no podía pensar ni siquiera en un argumento que contradijera lo que es evidente en la Biblia, que la jerarquía de la Iglesia del Nuevo Testamento tiene la autoridad de hablar en nombre de Cristo en materia doctrinal y pastoral. Además, la advertencia de Judas coincidía con la de Jesús a las iglesias de Asia Menor que habían rechazado las decisiones del Concilio de Jerusalén (cf. Hechos 15): "Arrepiéntete, pues; si no, iré pronto donde ti y lucharé contra esos con la espada de mi boca" (Apocalipsis 2, 16; cf. Hechos 16, 1-8).

Unos días después consulté 1Juan 2, 27, donde dice que no necesitamos la enseñanza de ningún hombre salvo la del Espíritu Santo, quien nos enseñará. "¿Acaso esto no implica que no necesitamos una Iglesia para decirnos qué tenemos que creer y cómo debemos comportarnos?", pregunté, estando bien consciente de lo débil de mi argumento. Matt me explicó que el Espíritu Santo habla especialmente a través de la Iglesia, así que cuando la Iglesia enseña oficialmente, no es mera enseñanza humana sino el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia.

Entonces me hizo recordar de Hechos 15, 28, "Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que las indispensables". Entonces los apóstoles enviaron a Pablo y a Silas, "conforme iban pasando por las ciudades, iban entregando, para que las observasen, las decisiones tomadas por los apóstoles y presbíteros en Jerusalén" (16, 4). Subrayó que estos decretos eran "cargas indispensables" a las cuales tenía que atenerse la conciencia de todos los cristianos. No tenían la libertad de rechazar lo que enseñaba la Iglesia sin rechazar, al mismo tiempo, al propio Cristo (cf. Lucas 10, 16). Matt también citó la frase de Pablo, "Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables" (1Tesalonicenses 2, 7).

Me dio vergüenza que un católico pudiera usar el mismo pasaje que yo había citado para explicar su caso. ¡Me ganaba un católico con una maniobra bíblica! Como Matt sabía que yo quería ser un ministro protestante, me preguntó si creía que mis interpretaciones de las Escrituras eran infalibles. "Por supuesto que no", le respondí. Yo soy un ser humano, falible y pecador. La única autoridad infalible que poseemos es la Biblia".

"¿Si es así, cómo es que tus interpretaciones de las Escrituras tienen que ser obedecidas por las conciencias de los miembros de tu congregación? Si no tienes una garantía de que tu interpretación es correcta, ¿por qué deben tener confianza en ti? Y si tus interpretaciones son humanas por naturaleza y origen, ¿no son, entonces, tradiciones meramente humanas? Jesús condenó las tradiciones humanas que anulan la Palabra de Dios. Si es posible, como tu dices, que tus interpretaciones pueden ser equivocadas y no tienes manera infalible para saber esto con seguridad entonces es posible que estén anulando la Palabra de Dios".

"¡Espera un minuto!" pensé para mis adentros. "Atacar las 'tradiciones humanas' es mi línea. Es mi labor revelar las tradiciones no-bíblicas de la Iglesia Católica. Entre más hablábamos, más veía que la Iglesia Católica no sacaba sus creencias del aire, tenían una base bíblica.

Podía ser que no estuviera de acuerdo con el modelo de autoridad de la Iglesia Católica, pero no podía cuestionar el hecho de que estaba fuertemente apoyada en las Escrituras.

Lo más frustrante de nuestras discusiones fue que Matt nunca habló de las tradiciones de la Iglesia ni de una enseñanza Papal. Se refería sólo a las Escrituras. No tenía que apoyarse sólo en la Biblia, podía haber aportado una montaña de evidencias a favor del catolicismo extrayéndolas de la historia eclesiástica, pero estaba dispuesto a debatir conmigo sólo sobre el terreno de las Escrituras.

Este intercambio me obligó a consultar a algunos eruditos protestantes sobre el papel de la Iglesia. El comentario de William Barclay sobre Mateo 18, 15-18 me dio un ejemplo de la confusión y falta de consenso a la que me enfrentaba. Éste es uno de los pasajes más difíciles de armonizar con el concepto protestante de sola scriptura. La concesión de autoridad especial que Jesús dio a la jerarquía de la Iglesia era apropiada para el modelo católico, no para el protestante.

Me inquietó el intento de Barclay de esquivar la fuerza de este pasaje: "No es posible que Jesús haya dicho esto como se implica usando el tiempo presente. Jesús no pudo haber dicho a sus discípulos que la Iglesia tomará las decisiones, porque la Iglesia no existía. Además, el pasaje se refiere a una Iglesia bien desarrollada y organizada con un sistema de disciplina eclesiástica... Y el último versículo parece conferir a la Iglesia el poder de retener y perdonar los pecados. Aunque este pasaje no es un informe acertado de lo que Jesús dijo, es sin duda alguna una referencia que sí lo dijo. ¿Debemos seguir presionando para saber exactamente lo que Jesús ordenó?”

El argumento de Barclay es un ejemplo de los giros que muchos estudiosos evangélicos hacen para poder integrar los textos problemáticos sobre "la autoridad de la Iglesia" con la doctrina protestante de sola scriptura. Abarcan desde interpretaciones inverosímiles y absurdas hasta "soluciones" más abiertas pero herejes (como la de Barclay) que negó que Jesús y sus apóstoles dijeron las cosas que les son atribuidas en el texto.

Cuanto más estudiaba este problema, más inquieto me ponía.

Empecé a dudar que mi denominación, la Asamblea de Dios, pudiera reivindicar que era la Iglesia autoritaria descrita en el Nuevo Testamento.

Un día Matt me preguntó, "Tim, ¿por qué crees en la inspiración de las Escrituras?" Le respondí: "Porque la Biblia dice que es inspirada. 2Timoteo 3, 16 dice: 'Toda Escritura es inspirada por Dios'". Entonces Matt me enseñó la falacia del razonamiento circular que hacía defectuosa mi respuesta. Yo tenía razón, las Escrituras son inspiradas, pero no lo había comprobado citando 2Timoteo 3, 16. La sola realidad que la Biblia es inspirada no lo comprueba. Muchos otros "libros benditos" se dicen inspirados: el Corán, el Libro de Mormón, las Vedas Hindúes, para mencionar sólo tres.

Matt explicó que tanto católicos como protestantes han recibido el testimonio de la Iglesia que las Escrituras son inspiradas. La Iglesia no inspiró los libros de la Biblia, pero es el testigo fiel que Dios usa para dar fe a la autenticidad e inspiración de las Escrituras.

Como pentecostal, no me gustaba el punto de vista calvinista que las Escrituras "se confirman a sí mismas" como inspiradas en los corazones de aquellos que las leen con sinceridad. Era demasiado subjetivo para ser una prueba acertada, y me recordaba el método mormónico de "ardor en el seno" para comprobar que el Libro de Mormón es de origen divino.

El único otro argumento que me quedaba era demostrar que las profecías del Antiguo Testamento habían sido cumplidas en Jesucristo. ¿Acaso esta certeza histórica y profética podía comprobar la inspiración de las Escrituras? No, no lo podía hacer. Para creer eso uno debería que tener confianza en el Nuevo Testamento y en lo que éste dice sobre Jesús.

¡En menos de un año había pasado de tener la confianza absoluta de que convertiría a otro católico desviado a Cristo, al deseo de abandonar la Marina y a mi amigo católico para salvaguardar mi sueño de ser un pastor en la Asamblea de Dios! Estaba nervioso; mis mejores argumentos para "refutar" las creencias católicas habían sido derrotados uno por uno.

Según iba comprendiendo estos y otros asuntos, me ponía más nervioso. Cada vez que descubría que la Iglesia Católica tenía razones bíblicas contundentes para sus enseñanzas, yo me alarmaba.

Todo estaba ocurriendo muy rápido. Yo comenzaba a pensar que la Iglesia Católica podría tener razón. Esto me sacudió y me sentí obligado a calmarme un poco consultando a algunos evangélicos que podían mostrarme errores en la lógica católica que se me habían escapado.

Cuando me venían estos pensamientos "católicos" inquietantes me tranquilizaba pensar que los católicos están totalmente equivocados en cuanto a la doctrina Mariana. Este tema imposibilitará mi paso al catolicismo. Sin embargo, crecía en mí el temor de descubrir que la Iglesia Católica tenía razón en todo.

Casi desesperado, no quería que esto fuera cierto, pero no sabía cómo evitar los argumentos bíblicos, lógicos y apremiantes a favor de la Iglesia Católica. Me sentía como si estuviera en una canoa sin un remo para ayudarme a remar contra la corriente. Peor todavía, me sentía corriendo más y más rápido hacia un destino desconocido, y oía el rumor de una catarata enorme en la distancia, rumor que se hacía cada vez más fuerte. "Por favor, Dios", oraba, "muéstrame la verdad pero que no sea católica!".




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