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EVA LAVALLIERE - DE ACTRIZ PARISINA A TERCIARIA FRANCISCANA

Por: Manuel Díaz Alvarez



Esta conversión es de la célebre artista Eva Lavalliére, la que hizo exclamar a un insigne autor y académico francés: «La verdad es que Eva Lavalliére, que ha sido siempre una gran actriz, ha encontrado un nuevo papel -el de convertida-, y hay que reconocer que lo desempeña admirablemente».

Esta famosa artista todo lo tenía, fincas, joyas, automóviles,... y una vanidad todavía mayor que su fama y atractivos personales, pues para que no le faltase nada, también era de una belleza extraordinaria, y que TODO LO DEJÓ, así, con letras mayúsculas, el día que encontró a su Dios.

Y no crean los lectores que era mujer fácil de contentar... Sí, sí.

Sigan leyendo. Se hallaba don Alfonso XIII a la sazón en París, cuando una noche acude al teatro para asistir a un estreno de la Lavalliére. Pero como el monarca español llega cuando había comenzado ya el primer acto, da lugar a que el público prestase más atención al palco real, por lo que pasa desapercibida y sin aplauso una de las geniales improvisaciones de la famosa actriz..., que se indigna de tal forma hasta el punto de trabajar todo el tiempo de espaldas al proscenio que ocupaba el Rey; y cuando don Alfonso, una vez concluida la representación, se dispuso a felicitarla, quitándole importancia al incidente, ella, que era inaguantable -nos perdonará la «señorita» Eva que digamos la verdad-, se negó a recibirle, sin que nadie pudiera conseguir que cambiara de resolución. Y conste que esto de inaguantable no lo decimos solo nosotros, pues recordaremos que un día el director del teatro donde actuaba llegó también a decir: «Aumentad, por lo que más queráis, su corte, si no es capaz de disgustarse y no querer salir mañana a escena».

Además, y no es porque queramos disculparnos, ella misma, en una ocasión como verán más adelante los lectores, le dijo a Robert de Fleus: «¿Se acuerda usted de lo insoportable que yo era?» Y cuando Eva lo reconoce...

No obstante la simpatía proverbial del Rey de España, merecía una reparación, y ésta llegó, pues recordaremos que algunas semanas después, al encontrarse Eva Lavalliére con don Alfonso XIII en Biarritz, cómo se le había pasado ya el mal humor, y es justo concederle que cuando a la artista parisina le daba por estar amable era muy simpática, se peinó a la moda española -estas fueron sus palabras- para rendirle un homenaje.

El Rey de Inglaterra, Eduardo VII, en sus frecuentes estancias en París, no dejaba tampoco de ir a admirar el arte de Lavalliére. Es más, que en una ocasión aplazó su regreso a Londres para asistir a un estreno de Eva.

De ahí partía su orgullo y endiosamiento. La gentil modistilla de Perpignan que llegó a París, una buena mañana, en un vagón, de tercera, con un triste maletín con cuatro trapos mal cortados, pero animosamente dispuesta a emprender su conquista, había conseguido
verdaderamente ser la reina del bulevar. El público la idolatraba, los empresarios se la disputaban, la prensa la declaraba la sin par, ¡la única! Todo lo había encontrado MENOS... La felicidad.

Mas como esta mujer no se paraba en barras, y lo mismo le daba hacer un desaire a un Rey que suicidarse (eso dependía de lo primero que se le ocurriese), una buena noche, dando otro desaire de los muchos que ella acostumbraba a prodigar, esta vez le tocó el turno a los organizadores de un banquete que le prepararon con motivo de un éxito clamoroso que tuvo en el estreno de una obra, banquete que tuvo que suspenderse (porque no le dio la gana de asistir), entristecida al darse cuenta que en la cumbre del triunfo no encontraba la felicidad por la que tanto vino luchando, se despide de todos sus amigos y admiradores, deja su automóvil a la puerta del teatro, se marcha a pie, sin consentir que nadie la acompañe, y al llegar al puente de Alejandro III, va y se tira al río Sena.

Ven los lectores... ¡lo que decíamos!

Un obrero la salva; vuelve a su tristeza anterior; alquila un castillo para veranear; comienza burlándose irreverentemente del párroco de la aldea donde está enclavada la posesión cuando éste le echa en cara que ni siquiera por el buen ver ha querido ir a misa el domingo..., y termina convirtiéndose, comprendido entonces, ¡al fin!, por qué no había encontrado nunca la felicidad, pese a sus millones y todo cuanto el mundo le sonreía, porque la felicidad solo puede hallarse en las verdades eternas. Entonces es cuando rompe con sus amistades, se retira del teatro y sustituye el estudio de las obras que preparaba para su «tourné» por América, por la lectura del Evangelio y la vida de la Magdalena, y aquel modesto cura de aldea, que primero fue objeto de las burlas irreverentes de la artista, le cabria la satisfacción inmensa de ser instrumento de Dios para una de las conversiones más sublimes de los tiempos modernos. (Ella, la Lavalliére, conservará toda su vida una profunda gratitud y tierno afecto hacia aquel humilde cura de aldea que la convirtió,... y así, como final frecuente, en su correspondencia escribe: «Reciba la expresión de mi afecto respetuoso y de mi gratitud, porque usted me ha salvado». O bien: «A usted que ha sido el primer instrumento de Jesús, dedico todo mi agradecimiento final. Su ahijada, Eva Lavalliére»).

Y con su privilegiado talento, que primero puso a contribución para triunfar en el mundo, se dispuso a triunfar en la vida espiritual, y ¡lo logró!

«Jamás he sido tan feliz, como desde el día que encontré a mi Dios!», exclamará, con el gozo del que ¡al fin! ha acertado con la senda de la felicidad, que en vano buscaba por los caminos del mundo.

El mundo le hastiaba y sólo Dios la llenaba, y no quería más que consagrarse de lleno a Él. Se traslada a Lourdes y allí solicita su ingreso en varios conventos,... y ninguna Superiora se atreve a admitirla por la fama que precedía a su persona, además del inconveniente de que tenía una hija.

El Padre Chasteigner, de la Superiora del Convento de la Inmaculada, en la defensa que hizo de esta su convertida, le dice: «Permítame que le diga, Reverenda Madre, que tal vez no tenga usted en su Convento un alma tan espiritual y tan bella como la de
esta artista». ¡Cuán bello y hermoso es el cambio obrado por la gracia divina en las almas!

Un día, al salir Eva de la Gruta de Lourdes, donde estuvo rezando, la descubre un periodista..., y a las pocas horas los principales periódicos de Francia daban la noticia de que la famosa Lavalliére se encontraba en Lourdes. Como consecuencia, llega una avalancha de corresponsales de los diarios parisinos, que la atosigan a todas horas; comienza también a recibir centenares y miles de cartas de sus antiguos admiradores, insistiéndola para que vuelva al teatro; otros que le escriben en tonos sentimentales, no faltando tampoco la representación de los incrédulos, que se burlaban de su conversión; y la pobre Eva, que había ido a Lourdes a darle las gracias a la Virgen y para llevar una vida de retiro, «se encuentra como leemos en su biografía, con que deseando olvidar su pasado, resulta que el pasado no la quiere olvidar a ella».

Algún tiempo después conoció al Arzobispo de Cartago, monseñor Lemaitre, quien al darse cuenta de la grandeza de la conversión de la ex-artista, se hace cargo de su dirección espiritual.

Y cuando el bondadoso Prelado está gestionando el ingreso de Eva en un convento, surgen las dificultades de su enfermedad, por lo que tiene que desistir... Pero deseosa de darse al servicio de Dios, marcha a las Misiones de África.

Su labor misional se ve entorpecida por su delicado estado de salud. Así, se ve obligada por disposición de su Director a regresar a Europa.

Pero como es una mujer de una firmeza que asombra, tan pronto como se repone ligeramente, coge el barco y vuelve a ocupar su puesto en las Misiones.

Una nueva recaída la obliga a regresar a Francia...

El Barón de R..., que estaba locamente enamorado de ella, trata de obtener una entrevista, pero la ex-artista no solo no le recibe, sino que incluso manda tirar las flores que éste le envió. Así a su amiga la dice enérgicamente: «Leo..., Leo..., llévate inmediatamente de mi vista estas flores; recuerdo de la vergüenza de mi pasado...; no quiero verlas en casa...»

Emocionante fue su entrevista con Robert de Fleurs, el famoso autor de los grandes éxitos teatrales de Eva y que el académico francés relató en un sensacional artículo al regresar a París, después de visitar a la ex-artista en su retiro de Thulliéres.

Eva le cuenta la felicidad que siente...

-«¿A pesar de sus sufrimientos?», le pregunta Robert de Fleurs.

-No, Robert; precisamente a causa de ellos, porque Jesús es quien me sostiene.

En su artículo, Robert de Fleurs fue relatando toda la vida de Eva, desde su conversión, las dificultades para entrar en un convento, su ingreso en la Orden Tercera de San Francisco, su labor en las Misiones de África, y termina diciendo:

«Eva Lavalliére, poseedora de una fe profunda, vive en su retiro dedicada a la oración, ofreciendo un espectáculo capaz de impresionar más a los incrédulos que a los creyentes. Así, la encuentro completamente cambiada a la que fue una de las más encantadoras glorias de nuestro teatro, a quien el teatro no ha podido aún reemplazar, adivinándose en sus ojos la llama de su fervor. Con verdadera emoción y respeto la escuché. Amable y sencilla en cada una de sus palabras revela la perfección de su vida interior».

Durante varios años la estuvieron presionando para que volviese al teatro, pero todo inútil... Pues, aunque al comienzo muchos creyeron que su conversión era una extravagancia más de la Lavalliére, y, que por lo tanto que poco duraría, su marcha en el comienzo de la perfección fue firme.

Así, recordaremos que encontrándose Eva en Guéthary -una de las más lindas playas de la costa vasco-francesa-, se presentó a verla un famoso empresario parisino, que había tenido noticias del lugar donde se encontraba la ex-artista, ofreciéndole un tentador contrato para que reapareciese en escena. Pero ella le recibió de pie diciendo:

-Perdone usted que le atienda así, pero no quiero hacerle perder el tiempo, ni menos que conciba ninguna esperanza, porque yo he muerto para el mundo.

-¡Oh, Eva!, pero usted se debe al público, le contesta el
empresario.

-No, perdone, yo me debo a Dios. Reconozco que me ha costado un gran sacrificio el retirarme del teatro, pero la bondad divina me ha pagado con creces este sacrificio, que ya mantengo muy satisfecha, porque... !es tan grande el placer de servir a Quien tanto nos ama!

-Sea usted razonable, Eva. ¿Qué le impide seguir sus creencias? Además, yo, por mi parte, le ofrezco a usted...

-Gracias; todo el oro del mundo no sería suficiente para comprar, no toda, sino una sola parte de mi felicidad...

-¿Tanto vale?

-Por lo menos en tanto yo la estimo ¡Ay si el mundo supiese el placer de amar a Dios!

-Pero no comprendo cómo usted, la gran Lavalliére, puede de esta forma enterrarse en vida...

-Se equivoca usted; ahora es cuando vivo, porque vive mi alma. Amo a Jesús y me siento amada por El. Eso es todo.

Estupefacto el empresario al ver el cambio operado en la ex- artista, al despedirse le dijo, mientras se llevaba las manos a la cabeza: «Dichosa usted, Eva, que ha encontrado el camino de la felicidad».

Eva triunfó del mundo porque sus propósitos y decisiones eran firmes. Y así dirá a su Director espiritual: «Padre, no conoce usted a Eva Lavalliére... cuando tomo una resolución, en mi vida me vuelvo atrás».

Los santos han sido tales por su energía de carácter, pues ésta, mediante la gracia de Dios, viene a ser la base de la santidad. «No yo, decía San Pablo, sino la gracia de Dios conmigo», esto es, no sólo nosotros seremos santos con nuestras propias fuerzas, ya que somos débiles y flacos, sino apoyados en la gracia y ayuda de Dios.

Querer es poder. Si queremos ser santos, aunque hayamos sido grandes pecadores, seremos santos con la ayuda de Dios.

Posdata de José Leopordo Fierro Córdova: "En esta reseña falta comentar su niñez y la gran desgracia que aconteció frente a Ella, siendo una niña aun. En su presencia, su padre asesino a su esposa, madre de Eva...eso originó que su orfandad la hizo siempre vagar. También se sabe, que ya retirada en una sencilla casita de una población de Francia, se ofreció integrarse al coro parroquial, su voz siendo hermosa provoco envidia en algunas de las del coro y lograron que fuera retirado de el, por que esas mujeres envidiosas aducían su pasado de la farándula. Ella siguió firme en su vivencia católica y ofreció su enfermedad final por su pasado que Ella consideraba de pecado. Eva es un ejemplo de quien VIVE EL EVANGELIO, merece ser canonizada. Amen."

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1 comentario:

  1. La de la foto que habéis puesto no es Eve Lavalliere, sino Mary Brian, actriz del cine mudo.

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